Si a nadie escapa que es en vivo cuando el cantaor nos acerca al más misterioso y profundo poder de asir lo inasible, una gira de El Cabrero por tierras galas ha permitido esta recopilación, en directo, que se caracteriza por la elevación espiritual, la sutileza poética y la grandeza heroica de los sentimientos de un artista comprometido, especialmente, con una atención absoluta por las preocupaciones de índole histórica, musical, moral y social.
Por las besanas de este trabajo encontramos a un cantaor que no cesa de enriquecer su lenguaje expresivo, de explorar nuevas intensidades melódicas, de ampliar, en suma, su campo tanto en el ámbito literario como en el de la vivacidad de los ritmos y la soltura de las modulaciones.
La guitarra compañera, teñida de cal de Morón, es la de Paco del Gastor, quien se funde con su compadre para añadirle no solamente un color particular, sino para iluminar el elemento magnético de su cante, insidiosamente asociado a las olas acariciadas por los rayos de la queja, como un misterio complementario, por lo que cante y guitarra contraen pues la más firme de las alianzas.
De esta suerte, El Cabrero desata su fantasía creadora por bulerías; hace música visible en la serrana con el cambio seguiriyero de María Borrico; pone su sensibilidad onubense al servicio de la problemática del ser humano; incorpora chorros de vitalidad bulearera al soneto de Borges o acerca su ideal de unidad musical entre el polo natural y la soleá apolá de Silverio.
Empero, El Cabrero sigue siendo, igualmente, un contrapeso fuerte al flamenco desnaturalizado o light, ya que nunca busca la inspiración en el cauce de unas contaminadas fuentes que, tras sucesivas desviaciones y canalizaciones comerciales, parecen ya agotadas, sino en el punto mismo donde brota el manantial de lo más hondo.
En tal sentido, hermana de modo insólito a Jerez con Triana y Los Puertos, a través de las seguiriyas de Paco la Luz, Señor Manuel Cagancho y Curro Durse; une la didáctica con la finalidad artística, como bien confirman sus soleares alcalareñas de Joaquín el de la Paula, Agustín y Juan Talega; expresa un vivo contraste entre la malagueña de Chacón y el estilo atarantado de la Peñaranda, y confiesa su vinculación ideológica a Triana merced al martinete y la toná de los Pelaos y la debla de Tomás Pavón.
Esta obra, que lo mismo vivifica largos temblores de siglos que injerta el instante poético en los pliegues del momento dramático, es, por tanto, un nuevo acercamiento de El Cabrero a sus fuentes de inspiración y a su evolución estética. Pero sobre todo es flamenco a corazón abierto, que arrastra aromas intemporales y que aumenta su perfume bajo el gran aleteo del viento de la libertad artística, libertad que no tiene más igual que la coherencia. Manuel Martín Martín |